El aumento de la permeabilidad intestinal contribuye a un estado persistente de activación inmune de bajo grado y/o inflamación, lo que puede resultar en la translocación de contenido intestinal hacia la circulación sistémica. Este fenómeno puede afectar la función del sistema nervioso central (SNC), tanto localmente—mediante la afectación del sistema nervioso del intestino, el 'segundo cerebro', y la liberación de mediadores neuroactivos—como de forma sistémica—con el paso de estos mediadores a la circulación para llegar al SNC y estimular el nervio vago.
Se ha postulado que cambios en la microbiota intestinal pueden alterar la permeabilidad de la barrera hematoencefálica (BHE), facilitando la entrada de sustancias tóxicas o moléculas inflamatorias al cerebro. Esto podría provocar inflamación cerebral y la activación de la microglía, contribuyendo a trastornos depresivos.
Este sustrato inflamatorio no solo contribuye a la morbilidad médica de los pacientes con enfermedades mentales, sino que también altera la homeostasis intestinal y el eje microbiota-intestino-cerebro. Esta situación está condicionada principalmente por factores de riesgo asociados a un estilo de vida 'inflamatorio', donde la alimentación y el estilo de vida juegan un papel crucial.
Estos factores de riesgo son en gran medida modificables y se entrelazan entre sí. Abordar estos aspectos a través de estrategias de salud apropiadas es una necesidad urgente que los sistemas de salud deben enfrentar sin más dilación.
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